Cuenta Paul Auster en su Diario de invierno lo decisivo que fue para su educación y formación personal el paso por una escuela pública norteamericana, gratuita y con una gran diversidad entre el alumnado:
"...tuviste educadores buenos y algunos mediocres, unos cuantos profesores excepcionales y alentadores y otros pésimos e incompetentes, y tus compañeros iban desde los brillantes, pasando por los de inteligencia normal, hasta los semirretrasados mentales. Eso es lo que suele ocurrir en la enseñanza pública. Todos los que viven en el barrio pueden ir gratis, y como tú creciste en una época anterior al advenimiento de la educación especial, antes de que establecieran colegios aparte para dar cabida a niños con presuntos problemas, cierto número de tus compañeros de clase eran discapacitados físicos. Ninguno en silla de ruedas que recuerdes, pero aún puedes ver al niño jorobado con el cuerpo torcido, a la chica a quien faltaba un brazo (un muñón sin dedos sobresaliéndole del hombro), al niño al que se le caía la baba sobre la pechera de la camisa y a la niña que apenas era más alta que una enana. Echando la vista atrás, consideras que esas personas constituían una parte fundamental de tu educación, que sin su presencia en tu vida, tu idea de lo que entraña el ser humano quedaría empobrecida, carente de toda hondura y simpatía, de toda comprensión metafísica del dolor y la adversidad, porque aquéllos eran niños heroicos, que teían que trabajar diez veces más que cualquiera de los otros para encontrar su sitio. Quienes hayan vivido exclusivamente entre los físicamente dichosos, los niños como tú que no sabían apreciar su bien formado cuerpo, ¿cómo podrían aprender lo que es el heroísmo?"
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