Leo en las páginas de El País una reseña del libro Chavs: la demonización de la clase obrera, publicado en España por la editorial Capitán Swing. Su joven autor, Owen Jones, apunta una tesis de gran interés: “Pretendo desmontar los mitos (asentados en más de tres lustros de
bonanza económica) de que ‘ahora todos somos de clase media’, que la
división de clases es anticuada y que la creciente desigualdad es
producto de los fallos del individuo”.
Entre las estrategias que ha venido usando el capitalismo neoliberal para justificar sus políticas de despiece de la propiedad social y pública, está la construcción de un estereotipo peyorativo que reduce la clase obrera a una "especie irresponsable, indeseable y parásita". Un estereotipo construido con la ayuda de las élites políticas y los medios de formación de masas. De esta manera, "la pobreza y el paro ya no son percibidos como problemas sociales, sino
en relación con los defectos individuales: si la gente es pobre, es
porque es vaga. ¿Para qué tener entonces un Estado del Bienestar?”.
[En ocasiones, escucho en los centros de enseñanza comentarios que hacen uso de este estereotipo y críticas feroces, por ejemplo, a adolescentes de clase trabajadora que cursan módulos de formación profesional inicial. Se les considera parásitos que sólo estudian para obtener la beca que se les da por reincorporase al sistema de enseñanza. Otras veces la indignación se dirige hacia la política de becas en general, hacia las ayudas sociales o hacia los subsidios a los trabajadores del campo. Todo el mundo parece conocer un caso particular de aprovechamiento indeseable que acaba generalizándose al conjunto de los más desfavorecidos, de la clase trabajadora más precaria. Una mirada inquisidora e individualizada que no ayuda a ver el problema social en su conjunto.]
Plantea Jones que “vivimos en una era de reacción y derrota” y que urge “recuperar una voz para la clase obrera,
aquella que hace tres décadas trabajaba en la mina, las fábricas y los
muelles y que hoy lo hace en supermercados, call centers o cafés”. Para esta lucha no se muestra muy de acuerdo en que el papel de los sindicatos haya llegado a su fin, sino más bien al contrario: “¿Por qué es anticuado querer que los trabajadores se unan y se apoyen?”.
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