miércoles, 30 de marzo de 2011

Ecologismo y anarquismo

 (Entrevista a Eduardo Mora, sociólogo de la Universidad Nacional de Costa Rica, 2010)
   
     Murray Bookchin, anarquista y ecologista, fue uno de los pensadores antiautoritarios más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, así como uno de los principales impulsores de lo que se conoce como ecología social y municipalismo libertario. A finales de los años ochenta, escribió un texto de trabajo para discutirlo en un comicio celebrado en Italia en el que se debatía la posibilidad de crear un partido verde similar al existente en Alemania. De ese escrito, "Nosostros, los Verdes. Nosotros, los Anarquistas", extraigo las siguientes reflexiones:

     "No se trata nada más de tecnología, aún si el control tecnológico es muy importante. Es claro que necesitamos una tecnología nueva. Necesitamos una tecnología basada en la energía solar y en la eólica, y necesitamos nuevas formas de agricultura. Sobre esto, no hay dudas, estamos todos de acuerdo. Pero existen problemas de fondo mucho más graves que aquellos creados por la tecnología y el desarrollo moderno. Tenemos que buscarlos en las raíces mismas del desarrollo. Y primero que nada tenemos que buscarlos en los orígenes de una economía basada sobre el concepto de 'crecimiento': la economía de mercado; una economía que promueve la competencia y no la colaboración, que se basa en la explotación y no en el vivir en armonía. Y cuando digo vivir en armonía entiendo no solamente el hacerlo con la naturaleza, sino entre la misma gente.
     Tenemos que empujar hacia la construcción de una sociedad ecológica que cambie completamente, que transforme radicalmente nuestras relaciones básicas. Mientras que vivamos en una sociedad que marcha hacia la conquista, al poder, fundada en la jerarquía y en la dominación, no haremos nada más que empeorar el problema ecológico, independientemente de las concesiones y pequeñas victorias que logremos ganar. Por ejemplo, en California, nos han donado algunas hectáreas de árboles, y luego han talado bosques completos. En Europa están haciendo la misma cosa.
     (...)

     Nuestro problema no es solamente de mejorar el ambiente, o de parar las centrales nucleares, de bloquear la construcción de nuevas carreteras, o la construcción, expansión y sobrepoblación en las ciudades, la contaminación del aire, del agua y de los alimentos. La cuestión que tenemos que enfrentar es mucho más profunda.

     Tenemos que llegar a una visión del mundo mucho más coherente. No tenemos que ponernos a proteger los pájaros olvidándonos de las centrales nucleares, y tampoco luchar contra las centrales nucleares olvidándonos de los pájaros y de la agricultura. Tenemos que llegar a comprender los mecanismos sociales y hacerlo de una manera coherente.

     Tenemos que enfocarlos en una visión coherente, una lógica que prevé a largo plazo una transformación radical de la sociedad y de nuestra misma sensibilidad. Hasta que esta transformación radical no empiece, lograremos cosas pequeñas, de poca importancia. Venceremos algunas batallas pero perderemos la guerra, mejoraremos algo, pero no obtendremos ninguna victoria. Hoy en día vivimos el momento culminante de una crisis ambiental que amenaza nuestra misma supervivencia, tenemos que avanzar hacia una transformación radical, basada en una visión coherente que englobe todos los problemas. Las causas de la crisis tienen que aparecer claras y lógicas de manera que todos -nosotros incluidos- las podamos entender. En otras palabras, todos los problemas ecológicos y ambientales son problemas sociales, que tienen que ver fundamentalmente con una mentalidad y un sistema de relaciones sociales basadas en la dominación y en las jerarquías. Estos son los problemas que nos ofrece hoy en día la gran difusión de la cultura tecnológica".



 

lunes, 14 de marzo de 2011

sábado, 5 de marzo de 2011

Saber, emoción y poesía

     "Y no se trata solamente del cerebro ni de la facultad de conocer y de juzgar; porque antes que un futuro médico, grabador o carpintero es el escolar un hombrecito, un estudiante, aunque no quiera, de la terrible ciencia de vivir, y faltaría la escuela a su función esencial si no inculcase al niño el sentido, el amor, el entusiasmo de la vida y de la humanidad. Desde ese punto de vista debe establecer la escuela el contacto entre el discípulo y el saber humano.
     Cada rama de este saber lleva consigo su emoción y su poesía: en historia, la cadena de solidaridad que nos une a los que han poblado el mundo antes que nosotros; la curiosidad de conocer lo que han querido y creído, amado y odiado, temido y esperado; en astronomía, será la alegría orgullosa de penetrar en la marcha de los mundos y las leyes harmoniosas de sus revoluciones, la admiración ante las proporciones gigantescas de todo lo que se ofrece a nuestro estudio; en biología, la ingeniosidad infinita, los innumerables recursos de la vida, tan admirablemente semejante y diversa a la vez en cada grado de la escala; en literatura, el entusiasmo ante los actos del hombre y sus pasiones, reproducidas, exaltadas y magnificadas por el arte. Provocar en el discípulo estos diferentes órdenes de intereses y de emociones, disponerlo todo para que estas iniciaciones sucesivas tengan lugar en las mejores condiciones posibles, tal debería de ser el primero y el constante cuidado del profesor".

Charles Albert: "La libertad y la enseñanza", en el Boletín de la Escuela Moderna, nº 6, 30 de abril de 1902)