domingo, 5 de mayo de 2013

"Tal vez no es en la escuela, sino en el camino a la escuela donde aprendemos la vida". La llegada al poder de los nazis y la extensión del terrror

     El escritor alemán Heinrich Böll relata en Pero ¿qué será de este muchacho? el momento en que los nazis llegan al poder (1933) y cómo el terror se apodera de las calles. Böll tenía por aquel entonces 15 años y era un joven estudiante de secundaria que observa atónito cómo las palizas, los arrestos, los asesinatos, los uniformes y las quemas de libros se vuelven parte del paisaje urbano de su Colonia natal:

     "Las limpiezas no simbólicas eran visibles y audibles, se podían comprobar: los socialdemócratas desaparecieron (...), políticos de centro, comunistas sin más, y no era ningún secreto que en las casamatas alrededor del círculo militar de Colonia la SA había construido campos de concentración. Expresiones como 'prisión preventiva' o 'abatido a tiros cuando huía' eran habituales. Amigos nuestros vivieron también la experiencia y regresaron mudos y pétreos. Algunos eran conocidos de mi padre. La parálisis se extendía, el miedo rondaba por doquier y las hordas nazis, brutales y sanguinarias, se encargaban de que el terror no quedara en un simple rumor. Las calles a derecha e izquierda de la Severinstrasse por las que discurría mi camino a la escuela (Alterburgerstrasse, Silvanstrasse, Severinstrasse, Perlengraben) no eran un 'terreno seguro' en absoluto. Después del incendio del Reichstag y antes de las elecciones de marzo, hubo días en los que el barrio estuvo totalmente o en parte cerrado. Las calles menos seguras eran las situadas a la derecha de la Severinstrasse: ¿quién era la mujer que gritaba en la Achtergässchen? ¿Quién era el hombre de la Landsbergstrasse o el de la Rosenstrasse? Tal vez no es en la escuela, sino en el camino a la escuela donde aprendemos la vida. Allí apaleaban, era evidente, allí arrastraban a la gente fuera de los zaguanes"
     (...)
     "Fue probablemente por esta época cuando el padre de una amiga de escuela de mi hermana mayor, un agente de policía, tranquilo y comedido, simpatizante de centro, abandonó el servicio antes de tiempo, porque ya no podía soportar la vista de 'toallas ensangrentadas' en su comisaría. Tampoco eran símbolos, las 'toallas ensangrentadas' remitían a los gritos que yo había oído en la Achtergässchen, la Rosenstrasse y la Landsbergstrasse".


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