domingo, 25 de enero de 2015
domingo, 18 de enero de 2015
Pour mes élèves de Seine Saint-Denis
Un texto interesante que me envía un amigo desde París a raíz del atentado contra Charlie Hebdo. Se trata de la carta de una profesora de instituto en Seine Saint-Denis, en el departamento 93, una zona con un elevado número de población inmigrante y que es visto como el Bronx de la región parisisienne. Es larga, pero merece la pena su lectura completa.
Os dejo el enlace: Pour mes élèves de Seine Saint-Denis
Os dejo el enlace: Pour mes élèves de Seine Saint-Denis
sábado, 3 de enero de 2015
Ensanchar curiosidades y no estrecharlas, leyendo a Manuel Azaña
Manuel Azaña recrea en la novela El jardín de los frailes su paso por el colegio de los agustinos de San Lorenzo de El Escorial en los años finales del siglo XIX. Y no es que salgan muy bien parados estos frailes respecto a su rígida propuesta pedagógica. Quizá, desde entonces, le quedara claro a Azaña la necesidad de limitar el poder de la Iglesia en materia de educación:
"La vida intelectual robusta no podía empezar justamente hasta salir del colegio. Todo cuanto en él adquiríamos era para olvidarlo en el punto de llegar a hombres. Tantos programas y libros, tantas clases, tantos exámenes no eran sino para ganar ciertas habilidades de orangután domesticado, habilidades caedizas, de las que nadie volvería a pedirnos cuenta en la vida. Esfuerzo que empleásemos en adquirirlas, esfuerzo perdido. Nuestra inteligencia era menos pueril de lo que pensaban los frailes; afectábamos un candor, una docilidad de entendimiento que en el fondo no teníamos. Los frailes, sin recatarse, estrechaban el campo que nuestra curiosidad mejor estimulada hubiera debido explorar".
Como casi siempre, pensar a la contra puede iluminarnos. Lo que deberíamos evitar en la escuela pública: domesticar a los estudiantes con habilidades inútiles, inculcarles dogmas y docilidad, estrechar sus curiosidades.
"La vida intelectual robusta no podía empezar justamente hasta salir del colegio. Todo cuanto en él adquiríamos era para olvidarlo en el punto de llegar a hombres. Tantos programas y libros, tantas clases, tantos exámenes no eran sino para ganar ciertas habilidades de orangután domesticado, habilidades caedizas, de las que nadie volvería a pedirnos cuenta en la vida. Esfuerzo que empleásemos en adquirirlas, esfuerzo perdido. Nuestra inteligencia era menos pueril de lo que pensaban los frailes; afectábamos un candor, una docilidad de entendimiento que en el fondo no teníamos. Los frailes, sin recatarse, estrechaban el campo que nuestra curiosidad mejor estimulada hubiera debido explorar".
Como casi siempre, pensar a la contra puede iluminarnos. Lo que deberíamos evitar en la escuela pública: domesticar a los estudiantes con habilidades inútiles, inculcarles dogmas y docilidad, estrechar sus curiosidades.
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