lunes, 16 de abril de 2012

Sobre monarquía, república y municipalismo libertario

     1. Esta mañana en clase algunas estudiantes me mostraban su indignación ante el papel del rey durante estos últimos días, cazando elefantes en Botsuana mientras el país se tambalea económica y socialmente. Son chicas con una conciencia política crítica y que en los diferentes temas de historia contemporánea siempre muestran su apuesta por los valores democráticos y republicanos. Un presente halagador, una esperanza.
     
     2. Al ir a por el periódico, mi quiosquero anda enzarzado en una conversación con un cliente acerca de la situación desastrosa que vive el país. Continúa hablando conmigo y me dice que –aunque él no ha tenido nunca una nítida conciencia republicana– lo que está sucediendo estos días es de una desfachatez inaguantable. En unos minutos, pone en entredicho el conjunto del sistema político y financiero, añadiendo que esto no va a tener solución desde arriba y que sólo puede encontrar una salida desde abajo, desde el municipio. Me dice que por qué las asociaciones de vecinos no deciden qué es lo que se planta en una ciudad, que por qué no pueden disponer los vecinos en sus barrios de terrenos donde sembrar lechugas y tomates, evitando de esta manera el comprar verduras en las grandes superficies y creando al mismo tiempo unos canales de producción y distribución a nivel local. No entiende tampoco que una cosa tan sencilla y de sentido común tenga que ser rechazada como una idea utópica y termina contándome que a finales de los años ochenta él trabajaba en una fábrica en Suiza y que los trabajadores podían disponer en unos terrenos anejos a la fábrica de una pequeña porción de tierra para trabajar un huerto. Que además de ser una actividad diferente y un complemento alimenticio hacía que la fábrica quedara más bonita.

     3. Murray Bookchin llamaba a estas ideas municipalismo libertario, inspirándose en las propuestas de comunismo libertario hechas un siglo antes por Piotr Kropotkin. El viejo anarquista ruso escribió en sus memorias que donde más aprendió de socialismo fue hablando con los campesinos en sus campos, con los artesanos en sus talleres y compartiendo con ellos tazas de té. Tiraba de muchas ideas populares y las hilvanaba con sus amplios conocimientos científicos para dibujar sus propuestas de una sociedad libre, justa y en armonía con la naturaleza. En su imprescindible Campos, fábricas y talleres, Kropotkin anotó: ¡Cuánto mejor conocimiento tendrían de la humanidad el historiador y el sociólogo, si aquél lo obtuvieran, no sólo en los libros o en algunos de sus representantes, sino en su conjunto, en su vida, su trabajo y sus relaciones diarias! 

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