Leo el cuaderno de trabajo de Jorge Riechmann (Bailar sobre una baldosa) y en su página 18 me detengo ante la siguiente anotación:
"Pocas condenas peores que tener que trabajar sin poder sentir que se contribuye al bien común. Sólo este aspecto convierte ya el mundo laboral en un infierno para la mayoría de mis contemporáneos.
Se puede trabajar para ganar un salario, o para construir una comunidad. Lo primero suele ser una condena; lo segundo es una meta"
Pienso en los millones de personas que en el mundo ya están condenadas, que no tienen escapatoria y que luchan por sobrevivir con unos salarios miserables. Pero pienso también que las personas que trabajamos en el mundo de la educación y que tenemos más o menos un salario digno (hablo del mundo sobredesarrollado) no podemos perder de vista este matiz. Nuestro trabajo es mucho más que un salario (imprescindible para la vida, qué duda cabe); es una manera de contribuir al bien común, una manera de hacer comunidad (más libre y más justa). Ver nuestro trabajo como una meta y no como una condena...
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