martes, 24 de julio de 2012

De tiranía y de enemigos

     El escritor John Berger participa este año en el festival de teatro de Aviñón. En el reportaje de El País podemos leer algunas de las interesantes relexiones del intelectual británico:

     "Lo que caracteriza a la actual tiranía mundial es que no tiene rostro", escribe. "No hay Führer, no hay Stalin, no hay Cortés. Su mecanismo varía según los continentes, y sus modalidades dependen de la historia local, pero su esquema general es siempre igual, es circular". "La distancia entre los pobres y los relativamente ricos se convierte en abismo. Las restricciones y recomendaciones tradicionales vuelan en pedazos. La sociedad de consumo consume todo cuestionamiento. El pasado se ha hecho obsoleto. Como consecuencia, la gente pierde su individualidad, su sentido de identidad y, para definirse, encuentra un enemigo. Sea cual sea su pertenencia étnica o religiosa, siempre hallan ese enemigo entre los más pobres. Es ahí donde el círculo se hace vicioso".
     El intelectual británico pide a los espectadores que protesten, no por el futuro, sino para salvar el presente, “para no quedar reducidos a cero”, para rebelarse contra este “sistema económico que cada vez produce más pobreza, más familias sin hogar, y además anima políticamente ideologías que defienden y justifican la exclusión, la eliminación última de las hordas de nuevos pobres”. 
     John Berger toma como referencia a la india Arundhati Roy, quien afirma: “La cuestión es ¿qué hemos hecho con la democracia? ¿En qué la hemos convertido? ¿Qué pasa cuando se agota? ¿Cuando vaciamos su interior y su sentido?”.

***

     En "El emperador", una de las partes que componen la novela La Pasión, de Jeanette Winterson, varios jóvenes campesinos son reclutados como soldados del ejército napoleónico para participar en sus anhelos de dominar el continente europeo. El día que dejan atrás la vida rural, el día de la despedida, Henri y Louise conversan:

     "Llegó la mañana y nos pusimos en marcha con nuestros paquetes de pan y queso curado. Las mujeres lloraban y los hombres nos daban palmadas en la espalda y nos decían que la del soldado es una buena vida para un muchacho. Una niña que siempre me seguía me cogió la mano, con el ceño fruncido de preocupación.
     –¿Vas a matar gente, Henri?
     Me agaché a su lado.
     –Gente no, Louise. Solo al enemigo.
     –¿Qué es el enemigo?
     –Alguien que no está de nuestra parte".

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