"Y no se trata solamente del cerebro ni de la facultad de conocer y de juzgar; porque antes que un futuro médico, grabador o carpintero es el escolar un hombrecito, un estudiante, aunque no quiera, de la terrible ciencia de vivir, y faltaría la escuela a su función esencial si no inculcase al niño el sentido, el amor, el entusiasmo de la vida y de la humanidad. Desde ese punto de vista debe establecer la escuela el contacto entre el discípulo y el saber humano.
Cada rama de este saber lleva consigo su emoción y su poesía: en historia, la cadena de solidaridad que nos une a los que han poblado el mundo antes que nosotros; la curiosidad de conocer lo que han querido y creído, amado y odiado, temido y esperado; en astronomía, será la alegría orgullosa de penetrar en la marcha de los mundos y las leyes harmoniosas de sus revoluciones, la admiración ante las proporciones gigantescas de todo lo que se ofrece a nuestro estudio; en biología, la ingeniosidad infinita, los innumerables recursos de la vida, tan admirablemente semejante y diversa a la vez en cada grado de la escala; en literatura, el entusiasmo ante los actos del hombre y sus pasiones, reproducidas, exaltadas y magnificadas por el arte. Provocar en el discípulo estos diferentes órdenes de intereses y de emociones, disponerlo todo para que estas iniciaciones sucesivas tengan lugar en las mejores condiciones posibles, tal debería de ser el primero y el constante cuidado del profesor".
Charles Albert: "La libertad y la enseñanza", en el Boletín de la Escuela Moderna, nº 6, 30 de abril de 1902)
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